El líder de Viejas Locas, acusado de haber asesinado a un hombre a metros de su casa, vive desde hace más de 15 años en una de las zonas más peligrosas de Lugano.
“Debe haber sido una de las mejores épocas de su vida”, recuerda uno de sus vecinos. Se refiere a Cristian Pity Alvarez (46). Fue en 2009: se había instalado en su departamento de la torre 12 del barrio Samoré, después de una internación por sus adicciones. Vivía con su mujer, estaba esperando a su primer hijo, componía y preparaba su vuelta a “Viejas Locas”. Estaba contento. Tanto, que por las noches bajaba a “los banquitos” con su guitarra. Se quedaba tocando y cantando para los jóvenes que pasaban las noches en ese lugar.
El jueves pasado, el panorama sería completamente antagónico: también de madrugada, y en el mismo lugar, asesinó de cuatro disparos a Cristian Díaz (36), tras una discusión. Después, descartó la pistola en una alcantarilla, se subió a un auto y escapó hacia la discoteca Pinar de Rocha. A las treinta horas se entregaría en la Comisaría 52°. “Lo maté. Era él o yo”, les contó a los periodistas, detallando que se había defendido de un primer ataque de Ríos. Aunque se negó a declarar, tres testigos y su pareja aseguraron que fue el autor del crimen. El juez Martín Yadarola decidió trasladarlo al pabellón psiquiátrico de la cárcel de Ezeiza.
La torre en la que vivía Pity Álvarez. (MARIO SAYES)
El barrio Cardenal Antonio Samoré fue inaugurado en 1989, financiado por el viejo FONAVI, y dirigido a familias de clase media que accederían al sueño de la primera casa propia. Está compuesto por 1.134 departamentos, divididos en 14 torres. Posee, además, una escuela pública, dos canchas de fútbol, un centro de jubilados, una sociedad de fomento y algunos comercios. Sus primeros vecinos llegaron a las torres 1 y 2. Mientras se construían las restantes, hubo intentos de usurpación. Eso motivó la instalación de un destacamento de Gendarmería. Hoy, los departamentos pueden costar hasta cien mil dólares.
“Siempre hubo mucho sentido de pertenencia”, dice un vecino que se crió en la torre 2. “Estábamos pagando algo nuestro por primera vez en la vida. Todos cuidábamos el barrio. Hubo épocas en las que echábamos a la gente de afuera que venía a drogarse”. El mismo vecino cuenta la nostalgia con la que un jubilado comparó a los jóvenes de ayer con los de hoy: “Ustedes eran peleadores pero nos cuidaban. No dejaban que se quedara cualquiera, como ahora, que se pasan la madrugada peleando y consumiendo. A veces rompen y roban cosas de los autos. Cambió todo”.
El Pity Álvarez, durante su traslado a Tribunales. (Luciano Thieberger)
Según pudo saber Clarín, Pity no “paraba” con los jóvenes que se juntan todas las noches en los bancos de las torres 11 y 12, aunque sí los conocía. “Cada vez que lo veían, se acercaban a pedirle plata y él les daba. Llegó a regalarles entradas para sus recitales. Era común que bajara a pasear a sus perros y se quedara con los pibes charlando un rato”.
Ese mismo grupo suele hostigar a quienes dejan sus autos estacionados. “Llegues a la 1, a las 4 o a las 6, están ahí. Bajás del auto y se te abalanzan para pedirte para la cerveza. Siempre les doy. Aunque varias veces me rompieron los vidrios del auto”, cuenta un remisero.
Fuentes que conocen los movimientos de Samoré explican que los “pibes” vienen de distintos barrios y suelen cruzar a comprar pasta base a la villa Cildañez, ubicada a cien metros de Samoré. Alvarez hizo ese recorrido muchas veces. Una vez, en ese asentamiento, recibió un disparo en una de sus piernas. El atacante fue un vendedor de droga del lugar.
Samoré, recuerdan sus vecinos, fue un barrio tranquilo hasta fines de la década del ‘90. En ese momento, algunos ladrones de La Matanza y villas de la zona adquirieron viviendas en el barrio. Algunos, hasta pagaron dos departamentos en el mismo piso y rompieron la pared que los dividía. Ellos, con el tiempo, fueron trayendo a sus compañeros, convencidos de que Samoré era el complejo de viviendas más lindo de la zona.
Las bandas se volvieron especialistas en salideras bancarias en pleno centro porteño. Usaban motos Honda Transalp. La meta era llegar a ese rodado, de 600 CC. En Samoré es leyenda el día que un helicóptero de la Policía Federal se acercó al barrio, persiguiendo a ladrones que acababan de asaltar una joyería del microcentro. Angel, uno de ellos, se escapó de su edificio disfrazado de mujer. Salió caminando junto a un niño y se paseó frente a los policías que habían rodeado el barrio. No es el único reconocido de su rubro: Andrés Calamaro se habría inspirado en otro de ellos para componer una de sus letras.
El robo más mediático protagonizado por una banda del barrio fue en 2012. En una salidera bancaria, asesinaron al Jefe de custodios de la productora Pol-ka. Uno de los ladrones también murió en el hecho. Los otros dos fueron detenidos.
El auto en el que se fugó Álvarez fue luego hallado en zona Oeste, a la vuelta del boliche Pinar de Rocha. (MARTIN BONETTO)
Pity habría comprado el departamento de Samoré a principios de la década pasada. Había nacido en Congreso y se había criado en Piedrabuena, otro complejo de monoblocks de Villa Lugano. Allí es donde grabó el video clip de Homero, una de sus canciones más conocidas. Sus vecinos guardan recuerdos del músico con su guitarra en las escaleras del lugar y de los shows gratuitos que brindaba cada 25 de mayo, en “Ciudad Oculta Rock», en la villa ubicada en el límite entre Mataderos y Lugano.
En un principio, el inmueble de Samoré estuvo prácticamente abandonado. Se instaló definitivamente en 2009, cuando su mujer quedó embarazada. Más adelante, ya separados, se mudaría a La Paternal y le dejaría el departamento a su sobrina. Después, terminaría viviendo en la sala de ensayo que se había comprado en Chacarita. “No me tendría que haber ido nunca de Lugano, ahí la pasaba re bien. Acá te invaden, ves caras que no conocés. En Lugano conocés a todos y cuando te encontrás con una cara extraña, empezás a cacarear”, declaró en una entrevista con Clarín, en 2015.
Poco después regresaría a Samoré. Le costó hacerlo: durante meses, su sobrina se negó a devolverle el departamento. Ahora vivía solo. A veces, hacía pasar a jóvenes en situación de consumo. Los conocía en la calle, se iban a su departamento, les regalaba ropa. A las horas, o al día siguiente, podía echarlos, como si no los reconociera. “Varias mañanas lo encontramos acostado afuera, en el piso. Llamamos a la Policía. Creíamos que estaba muerto y no, se había quedado dormido y no podíamos despertarlo”, recuerda otra vecina.
Pity Álvarez, la noche del crimen, en un recital de Ulises Bueno.
Aunque elegía vivir ahí, sabía que no era un lugar seguro. “Andar solo me llevó a armarme. No me gusta que me zarpen, que venga un guachín y me quiera poner los puntos. Se perdieron los códigos, entonces tomé esta medida. Yo no quiero matar a nadie, sólo ahuyentar a los gitanos. Ahora, si sos vos o yo, sos vos… o yo”, había explicado.
“Vivía perseguido”, confía un amigo. Esa inseguridad lo llevaba a encender la grabadora que dejaba arriba del televisor cada vez que ingresaba un visitante, por más conocido que fuera. Así fue como registró el ataque de una de sus vecinas, quien tendría problemas psiquiátricos. Lo hirió a cuchillazos, pero Alvarez prefirió no hacer la denuncia.
Tras el homicidio del jueves, vecinos contaron que eran comunes los ataques a tiros de Pity, desde la ventana de su departamento. “Se le perdonaron varias macanas porque Lugano es un barrio rockero y él era un ídolo que siempre quiso vivir acá”, explicaron en Samoré, donde aún no asimilan el trágico final.